A
las ocho y cuarenta de la mañana, el pie derecho de María Rosales, envuelto en una linda sandalia de tiritas y unas
perfectas uñas pedicuradas se posa sobre la primera escalinata de la camioneta
de transporte publico 21 de mayo, que se dirige a la Universidad Nacional
Experimental de las fuerzas Armadas (UNEFA), ubicada en la parte alta de la
ciudad de san Cristóbal.
Estudiante
de último año de la licenciatura en administración mención gestión municipal,
dos días a la semana inicia clase a las diez cuarenta y cinco de la mañana,
martes y jueves, suele dormir un poco más tarde y darse el lujo de llegar a
golpe de siete y media de la mañana, al centro de san Cristóbal, procedente de
san Josecito, alla en el municipio Torbes, para tomar la camioneta.
Este
es uno de esos días, sin embargo, no llego a las siete y media y tampoco abordo
la unidad a las ocho am, la redoma de la ULA, se veía complicada cuando paso en
la camioneta por ahí una hora antes, entre el reggaetón y el sueño de los
pasajeros, María, no diviso bien lo que pasaba, pero el terminal estaba
congestionado, y el semáforo en la prolongación de la quinta avenida hacia el
viaducto viejo, no funcionaba, quizá eso
retraso el servicio público hasta la parada de la 21 de mayo.
“La
hora que es, y hoy el viejo chavista ese va a hacer parcial” -Se dijo así
misma, mientras con los ojos buscaba asiento disponible y con su mano derecha
le pasaba el dinero del pasaje al conductor, un leve roce en la palma de su
mano, que se extendió hasta la punta de sus dedos mientras le recibían el
dinero, la hizo que volteara a ver el chofer y perdiera por un momento de vista
el puesto que buscaba. Clavó una fría mirada en los ojos del conductor y luego se
dirigió por el pasillo de la camioneta buscando el cuarto puesto junto a la
ventana, a mano derecha para ir apreciando el paisaje mientras llegaba a la
UNEFA.
La
vibración en su cartera, le hizo sentir la necesidad de verificar el mensaje
que le había llegado a su celular, pero aún no todos estaban arriba de la
camioneta y generalmente suelen ser focos de robo justo a esa hora, pues todo
el mundo anda como apurado y un poco desprevenido. No lo revisa y decide
esperar a que la camioneta inicie la marcha para verificar que todos los
pasajeros estén ocupados en sus que haceres y no haya alguno interesado en su
teléfono.
“Sólo
se mojaron/Y en la orilla están/Secándose al sol/Pronto sonarán. Tengo un gran
dolor/En el costillar/Se afloja el tambor/Y es por la humedad”. “Buenos días
señores, disfruten la música que el viaje hoy es largo” – Grito riendo el
conductor, mientras la camioneta pasaba el cruce de la esquina a tomar la
séptima avenida.
El
sonido de la música, la lectura del mensaje y el olor de la colonia del
muchacho que venía sentado a su lado, no le permitió percatarse que la ruta
habitual por la séptima avenida se veía interrumpida justo después de pasar por
la plaza bolívar, y el autobús se desvío antes de llegar a la biblioteca
pública.
María
volvió a mirar por la ventana justo cuando la camioneta estaba tomando ruta por
la Carabobo, ahí se percató que por primer vez en todos los años que ha venido
tomando la misma ruta, se había demorado
una hora en llegar a ese punto, “Y éste cree que tengo todo el día para llegar
al parcial” pensó para sí misma, mientras notaba que el tránsito hacia la
avenida España se veía colapsado por un trancón de carros que no se lograba
divisar donde terminaba. “Ni que hubiera llovido hoy” Dijo en un tono de
susurro que causo que el joven que venía sentado a su lado, la mirara y coqueteara con ella a través de
una leve sonrisa.
Quedo
impactada con el brillo de los ojos del joven y su sonrisa, a tal punto que
retomando la dinámica de mensajes de texto, escribió: “ lo único bueno de la
demora de hoy, es el chico tan lindo que traigo al lado, huele mmmm…” dicho
mensaje obtuvo respuesta inmediata de parte de su receptor y causo una risa
contagiosa en María, que hizo que su acompañante la mirara de nuevo y le
preguntara que hora tenia.
9:40,
respondió entre tímida y entusiasmada, iniciando así la conversación con un
extraño que deseaba no lo fuera tanto. El conductor, cambio en reiteradas
ocasiones la ruta para poder avanzar entre los trancones de carros que se
fueron acumulando por la ciudad, sorteando en varias esquinas grupos de jóvenes
que alentaban a intentos de obstrucción de las vías públicas, ninguno con
efecto mas allá de crear un clima de retraso en el tiempo de llegada a destino.
La
conversación con el nuevo amigo, logro menguar el estrés de la espera para
llegar a la UNEFA, sin embargo, una vez que pudo subir la camioneta por la
calle del Centro Clínico, pasado el semáforo y a pocos metros de la clínica san
Sebastián, el chofer, informó que hasta ahí, llegaba la ruta. “No hay paso
señores, los estudiantes, están trancando la calle, a patica los que quieran
seguir, yo me devuelvo”.
“Voy
para el Baratta, si quieres te acompaño a la UNEFA” escucho María, de voz de su
acompañante de camioneta, y accedió sin mayor complicación, cuando su pie piso
la acera de la calle, nuevamente sonó su teléfono celular, no prestó atención a
este mensaje, y decidió caminar rumbo a la universidad, más gente de bajada que
de subida y el sol ya comenzaba a posarse en su punto máximo en el cielo.
Caminó
junto a su acompañante un poco más rápido, y su teléfono celular sonó cuatro
veces más anunciándole de mensajes que
le llegaban, pero no fue sino hasta llegar a la panadería de la esquina
diagonal a las residencias San Cristóbal, cuando sus ojos se posaron hacia la
avenida España, y pudo divisar una cantidad de hombres que bloqueaban la calle impidiendo
el tránsito vehicular, basura en llamas, y un hombre recostado a la pared de la
carnicería con un coala en la cintura.
En
ese instante saco su teléfono celular, eran las once y quince de la mañana,
cinco mensajes y en todos se repetía: “Amiga, no vengas, no hay clase, están
cerrando las calles, nos despacharon”, levantó de nuevo su mirada hacia la
avenida España, y pudo escuchar cuando su acompañante le dijo: “Es mejor que se
vaya, somos estudiantes”, y caminó delante de ella, con un pasamontañas en su
mano derecha, que se fue alzando a la vez que su figura se disipó entre el humo
de la basura quemada, y el ruido incesante producido por las bocinas de los
carros que pedían espacio para retornar.
Luis Fernando Claros Posada
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