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miércoles, 21 de junio de 2017

El parcial (Día uno, mas tarde)

A las ocho y cuarenta de la mañana, el pie derecho de María Rosales,   envuelto en una linda sandalia de tiritas y unas perfectas uñas pedicuradas se posa sobre la primera escalinata de la camioneta de transporte publico 21 de mayo, que se dirige a la Universidad Nacional Experimental de las fuerzas Armadas (UNEFA), ubicada en la parte alta de la ciudad de san Cristóbal.

Estudiante de último año de la licenciatura en administración mención gestión municipal, dos días a la semana inicia clase a las diez cuarenta y cinco de la mañana, martes y jueves, suele dormir un poco más tarde y darse el lujo de llegar a golpe de siete y media de la mañana, al centro de san Cristóbal, procedente de san Josecito, alla en el municipio Torbes, para tomar la camioneta.

Este es uno de esos días, sin embargo, no llego a las siete y media y tampoco abordo la unidad a las ocho am, la redoma de la ULA, se veía complicada cuando paso en la camioneta por ahí una hora antes, entre el reggaetón y el sueño de los pasajeros, María, no diviso bien lo que pasaba, pero el terminal estaba congestionado, y el semáforo en la prolongación de la quinta avenida hacia el viaducto viejo, no funcionaba, quizá eso  retraso el servicio público hasta la parada de la 21 de mayo.
“La hora que es, y hoy el viejo chavista ese va a hacer parcial” -Se dijo así misma, mientras con los ojos buscaba asiento disponible y con su mano derecha le pasaba el dinero del pasaje al conductor, un leve roce en la palma de su mano, que se extendió hasta la punta de sus dedos mientras le recibían el dinero, la hizo que volteara a ver el chofer y perdiera por un momento de vista el puesto que buscaba. Clavó una fría mirada en los ojos del conductor y luego se dirigió por el pasillo de la camioneta buscando el cuarto puesto junto a la ventana, a mano derecha para ir apreciando el paisaje mientras llegaba a la UNEFA.

La vibración en su cartera, le hizo sentir la necesidad de verificar el mensaje que le había llegado a su celular, pero aún no todos estaban arriba de la camioneta y generalmente suelen ser focos de robo justo a esa hora, pues todo el mundo anda como apurado y un poco desprevenido. No lo revisa y decide esperar a que la camioneta inicie la marcha para verificar que todos los pasajeros estén ocupados en sus que haceres y no haya alguno interesado en su teléfono.
“Sólo se mojaron/Y en la orilla están/Secándose al sol/Pronto sonarán. Tengo un gran dolor/En el costillar/Se afloja el tambor/Y es por la humedad”. “Buenos días señores, disfruten la música que el viaje hoy es largo” – Grito riendo el conductor, mientras la camioneta pasaba el cruce de la esquina a tomar la séptima avenida.

El sonido de la música, la lectura del mensaje y el olor de la colonia del muchacho que venía sentado a su lado, no le permitió percatarse que la ruta habitual por la séptima avenida se veía interrumpida justo después de pasar por la plaza bolívar, y el autobús se desvío antes de llegar a la biblioteca pública.
María volvió a mirar por la ventana justo cuando la camioneta estaba tomando ruta por la Carabobo, ahí se percató que por primer vez en todos los años que ha venido tomando la misma ruta,  se había demorado una hora en llegar a ese punto, “Y éste cree que tengo todo el día para llegar al parcial” pensó para sí misma, mientras notaba que el tránsito hacia la avenida España se veía colapsado por un trancón de carros que no se lograba divisar donde terminaba. “Ni que hubiera llovido hoy” Dijo en un tono de susurro que causo que el joven que venía sentado a su lado,  la mirara y coqueteara con ella a través de una leve sonrisa.

Quedo impactada con el brillo de los ojos del joven y su sonrisa, a tal punto que retomando la dinámica de mensajes de texto, escribió: “ lo único bueno de la demora de hoy, es el chico tan lindo que traigo al lado, huele mmmm…” dicho mensaje obtuvo respuesta inmediata de parte de su receptor y causo una risa contagiosa en María, que hizo que su acompañante la mirara de nuevo y le preguntara que hora tenia.

9:40, respondió entre tímida y entusiasmada, iniciando así la conversación con un extraño que deseaba no lo fuera tanto. El conductor, cambio en reiteradas ocasiones la ruta para poder avanzar entre los trancones de carros que se fueron acumulando por la ciudad, sorteando en varias esquinas grupos de jóvenes que alentaban a intentos de obstrucción de las vías públicas, ninguno con efecto mas allá de crear un clima de retraso en el tiempo de llegada a destino.
La conversación con el nuevo amigo, logro menguar el estrés de la espera para llegar a la UNEFA, sin embargo, una vez que pudo subir la camioneta por la calle del Centro Clínico, pasado el semáforo y a pocos metros de la clínica san Sebastián, el chofer, informó que hasta ahí, llegaba la ruta. “No hay paso señores, los estudiantes, están trancando la calle, a patica los que quieran seguir, yo me devuelvo”.

“Voy para el Baratta, si quieres te acompaño a la UNEFA” escucho María, de voz de su acompañante de camioneta, y accedió sin mayor complicación, cuando su pie piso la acera de la calle, nuevamente sonó su teléfono celular, no prestó atención a este mensaje, y decidió caminar rumbo a la universidad, más gente de bajada que de subida y el sol ya comenzaba a posarse en su punto máximo en el cielo.

Caminó junto a su acompañante un poco más rápido, y su teléfono celular sonó cuatro veces más anunciándole  de mensajes que le llegaban, pero no fue sino hasta llegar a la panadería de la esquina diagonal a las residencias San Cristóbal, cuando sus ojos se posaron hacia la avenida España, y pudo divisar una cantidad de hombres que bloqueaban la calle impidiendo el tránsito vehicular, basura en llamas, y un hombre recostado a la pared de la carnicería con un coala en la cintura.


En ese instante saco su teléfono celular, eran las once y quince de la mañana, cinco mensajes y en todos se repetía: “Amiga, no vengas, no hay clase, están cerrando las calles, nos despacharon”, levantó de nuevo su mirada hacia la avenida España, y pudo escuchar cuando su acompañante le dijo: “Es mejor que se vaya, somos estudiantes”, y caminó delante de ella, con un pasamontañas en su mano derecha, que se fue alzando a la vez que su figura se disipó entre el humo de la basura quemada, y el ruido incesante producido por las bocinas de los carros que pedían espacio para retornar.

Luis Fernando Claros Posada

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