Virgen
del Carmen
Buena
noche mi amor, en que le podemos servir- fue la frase con que
María Dolores, la mesera del bar, recibió en la entrada al forastero. La mirada
fría del hombre se clavo sobre sus senos, el escote dejaba ver la unión de sus
duros y blancos pechos, aprisionados por la blusa negra que le vestía el torso,
fueron segundos los que pasaron y levanto la mirada, sus ojos negros se
clavaron en el verde cristalino de los ojos de Dolores, y una sonrisa serena
pareció inundar de brisa helada todo el ambiente del lugar, ella no supo qué
hacer, se quedo quieta sin entenderlo, se aparto de la puerta, y observo como
el hombre entro al local mirando a todos los clientes, como si buscara en ellos
a alguien especifico. Por unos segundos, él estuvo parado al lado de la primera
mesa mirando a la barra, y nuevamente dolores pregunto:
¿En qué le puedo
servir mi amor?
-
Tranquila doña, no vengo a eso, estoy
buscando a un paisano, lo que pasa es que con lo oscuro no lo recuerdo muy
bien, pero tranquila, apenas lo vea, con él me siento.
Ni
una sola palabra más se pronuncio, no hizo contacto visual con Dolores, su
acento no era de ahí, ese rostro no era de ese pueblo, que paisano estaba
buscando, se pregunto ella, y de repente escucho entre sus pensamientos “…Vos, que miráis con ojos de particular
bondad al que viste vuestro bendito Escapulario, miradme benignamente y
cubridme con el manto de vuestra maternal protección”[1]
como presagio de algo malo, vino a su cabeza la oración que le habían
enseñado sus abuelos, supo de inmediato que el forastero no estaba ahí para
nada bueno.
Luis Fernando Claros Posada
[1] Oración a la
virgen del Carmen santa asociada a los partidarios del Partido Conservador
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